Si bien es cierto que el capitalismo estaba presenta en España en los años veinte, treinta... sesenta... ochenta, noventa... hasta la actualidad, no menos cierto es que él mismo ha evolucionado y se ha transformado, adaptándose continuamente a las modernidades del momento, pero manteniendo su esencia explotadora camuflada cada vez más, en una diversificación social continua ligada a unas posibilidades más o menos reales o más menos ilusorias de ascenso social, dividiendo, aún más si cabe, a la clase obrera y al conjunto de las clases trabajadoras. Una CNT que había dedicado el grueso de sus esfuerzos simplemente a sobrevivir a la larga noche franquista –no en vano fue la organización que más padeció la represión de la dictadura y el exilio– no supo ni pudo mantener la unidad conseguida en su refundación de 1976: el pasado y la historia pesaban mucho y la sociedad española, aunque seguía siendo española, no era ya exactamente la misma que la de los años veinte o treinta del siglo XX. El capitalismo había comprado voluntades, adormecido a amplios sectores de la población... y había introducido ciertas mejoras y calidad de vida, banales y no tan banales, pero mejoras, si se quiere costosas y arrancadas tras duras luchas... pero seguían siendo mejoras, y además, el franquismo, tuvo el acierto, el poder y los medios para comprar, absorber, aglutinar y corresponsabilizar de la nueva situación «democrática» a toda una clase política ansiosa por recibir prebendas, cargos y negocios. Sin olvidar, en absoluto, una no menos inteligente política de institucionalización de antiguas y nuevas organizaciones sindicales cuyos dirigentes se aplicaron con ansias renovadas a la burocratización con cargos remunerados, al apaciguamiento de unos trabajadores que esperaban más y más... al engaño y a la estafa bajo diferentes ideales y, en definitiva, dando por bueno el postfranquismo y pactando con él.
La CNT tuvo sus divisiones internas prácticamente desde el principio, ciertamente: renacieron personalismos y antiguas divisiones más o menos ideológicas, cierto también, pero su esencia anticapitalista y sus métodos de lucha con la acción directa a la cabeza, literalmente asustaron a una población mayoritariamente adormecida y desideologizada por la larga noche franquista y celosa de las migajas obtenidas durante el mismo, por no hablar también, de la pérdida de valores como la solidaridad, la propia conciencia de clase y el sentido de la rebeldía ante la injusticia. Estos fueron factores nada desdeñables que dificultaron aún más, si cabe, la consolidación de la CNT como una organización de masas poderosa y decisiva... al margen incluso de sus propios defectos y contradicciones, que las hubo de los unos y de las otras y en abundancia, lo cual, en todo caso, no dejaba ni deja de tener su propia lógica en una organización que en este año cumple su centenario.
Los años dorados de la renacida CNT a partir de su refundación en el interior de España en 1976 se pudieron prolongar hasta el 1979. Fue aquel breve periodo de unidad el que posibilitó luchas tan importantes como la huelga de Roca y su extensión en forma de huelga general solidaria a todo el Baix Llobregat, la huelga de las gasolineras, en las Pompas Fúnebres e, incluso, las diversas movilizaciones contra los Pactos de la Moncloa, demostrando una cierta capacidad movilizadora e incidencia social. Las consecuencias de todo ello no se hicieron esperar: con los Pactos de la Moncloa en marcha, con el Estatuto de los Trabajadores aprobado y con una flamante legislación social, aparentemente participativa y democrática que incluía elecciones sindicales en las empresas, llegó la celebración del V Congreso en diciembre de 1979 en Madrid y estallaron las divisiones. La disputa entre los partidarios o no de participar en las elecciones sindicales, y en toda una serie de pactos que los mismos conllevaban, amenazaban con llevar a la CNT por el camino de la institucionalización y la burocratización. Además, a la lucha realmente fraticida entre reformistas partidarios de participar como estrategia en las elecciones sindicales y los llamados radicales o puristas, con su amplia estela de expulsiones, Congresos y sindicatos paralelos, se añadieron las consecuencias del denominado Caso Scala de enero de 1978: un fuerte golpe más con montaje policial añadido que se aprovechó de las ya evidentes divisiones internas y de una organización aún no plenamente consolidada y perfectamente ensamblada... y falta de experiencia y de reflejos –no en vano, se había producido un inmenso foso generacional–, con el resultad de una intensa campaña desde organismos estatales y partidos políticos, hasta los medios de comunicación pasando por el resto de las fuerzas sindicales que con su actitud dubitativa e incluso francamente hostil, desembocó, en un cierto aislamiento cenetista acompañado de un amplio descrédito en el conjunto de la sociedad. La virulencia del enfrentamiento entre reformadores y radicales, no exenta de personalismos, ya antes del V Congreso y las decisiones adoptadas en el mismo de rechazar importantes aspectos de la legislación social, como el tema de las elecciones sindicales, condujeron a la escisión mediante el Congreso de Valencia auspiciado por los denominados paralelos y reformistas y a la lucha por las siglas y el patrimonio histórico en su amplia acepción del término, dando lugar al nacimiento de la CGT por parte de los derrotados en el V Congreso... y en los tribunales, la cual sufrirá así mismo diversas escisiones, como la de Solidaridad Obrera en 1990. No les fue mejor a los triunfadores del V Congreso: conocieron también una fuerte escisión que ha llegado hasta nuestros días sin resolverse.
Efectivamente, en 1995 a raíz de un conflicto en la empresa Jumberca de Badalona en el que más de doscientos trabajadores fueron despedidos, estalló una nueva división a partir de la expulsión de la organización de quince sindicatos, los llamados Desfederados y que sólo afectó al menos orgánicamente a Catalunya: aspectos como el hecho de que una Sección Sindical firme despidos, que expulsados de un Sindicato puedan ser acogidos por otro e incluso darles de alta en su afiliación, la observancia estricta o laxa de la Normativa Orgánica Confederal, las disputas en torno al buen funcionamiento de los Plenos Regionales de Sindicatos... unido todo ello a disputas personales que ya venían de antiguo e incluso a distintas visiones existentes sobre el papel de la CNT respecto a los diversos movimientos sociales, hicieron el resto. Una CNT en extremo debilitada cerró el siglo XX casi al borde de la extenuación. No será hasta principios del nuevo siglo XXI que la centenaria CNT vio algunos albores de recuperación especialmente en determinadas zonas, todas ellas fuera de Catalunya y aún en ésta, pero ceñidas a muy determinadas localidades.
La CNT cumple 100 años en el 2010. Éste simple hecho, por sí mismo, demuestra la vitalidad de la idea anarcosindicalista a pesar de los tiempos cambiantes, divisiones, escisiones y represiones... y la propia necesidad de su existencia. La adecuación de los principios, las tácticas y las finalidades sin renunciar a su esencia confederal y anarcosindicalista, la unidad, la buena organización y la flexibilidad y la tolerancia a nivel de criterios, actitudes y relaciones personales, podrían ser, han de ser las recetas que permitan un nuevo renacimiento de la idea libertaria confederal que será largo, tortuoso y lleno de dificultades, pero posible. El pasado pesa, ciertamente, pero empuja hacia adelante recogido por nuevas generaciones que creen en el ideario supremo de la libertad, la justicia social y la solidaridad: todos ellos elementos revolucionarios en sí mismos, toda una cultura alternativa al capitalismo genuinamente obrera y centenaria... y un modelo avanzado y no superado de organización social ¿Posibilismo? ¿Fundamentalismo? He aquí, el fondo de las grandes luchas y escisiones cenetistas: es fundamental que sea posible la unidad en un todo diverso y plural. Así se ha demostrado en determinados periodos y así debería ser.