Los sindicatos no son hoy más que un ministerio. Regido por quienes nunca trabajaron
De todas cuantas corrupciones componen la pésima comedia a la cual llamamos política, la más hiriente, la que más siervos nos hace, es la corrupción del lenguaje. Hablamos. Creemos estar enunciando evidencias. Y, en realidad, el lenguaje que nos ha sido impuesto se burla de nosotros. Cuando creemos hablar, somos hablados. Como pobres monigotes, cuyos labios un ventrílocuo perverso mueve a su placer y beneficio. Decimos palabras muertas. No; decimos turbias palabras que nos van matando sin saberlo.
Titular, ayer, en todos los periódicos: «los sindicatos convocarán la huelga general». Y cada uno de nosotros lo repite. Y hay que hacer un agotador esfuerzo para percibir el engaño, para decir lo elemental: que ese titular no significa nada. Salvo la áspera burla del ventrílocuo que mueve al monigote.
«Sindicato». ¿Qué dice la palabra «sindicato»? En literalidad: autoorganización obrera. O sea, asociación libre de individuos, a los cuales une su relación salarial. Para defender sus intereses de clase. Frente a un enemigo inconciliable: la patronal, sí; pero aún más el Estado, nudo en el cual todas las tramas de la dominación se cruzan. Nadie puede esperar que un enemigo mortal financie su existencia. El enemigo te mata, si tú no lo matas antes. La autofinanciación define al sindicalismo de clase desde su nacimiento en las Trade Unions inglesas del siglo XIX. Y el sindicato, organización de combate contra la burguesía y su Estado, sólo fue tal allá donde sus afiliados lograron alzarlo con el esfuerzo —tantas veces heroico— de sus miembros cotizantes. En la segunda mitad del siglo XIX y en el primer tercio del XX, cuando existieron sindicatos de verdad —esto es, autofinanciados—, a aquellas bandas de sinvergüenzas que cobraban de la patronal o del Estado se les daba nombre ominoso: esquiroles. Y se las combatía con la misma dureza con la cual ellas hacían el trabajo gangsteril que su sueldo pagaba.
¿De dónde vienen las finanzas hoy de los llamados sindicatos? Su porcentaje de afiliación es ridículo. Las cifras ingresadas por sus cotizantes, microscópicas. Pero los sindicatos mantienen a un ejército de cientos de miles de «liberados» del cruel trabajo. Pero los sindicatos son propietarios de edificios de valor muy calculable; con la única excepción, eso sí, de la CNT que, siendo la mayor propietaria de inmuebles antes de la guerra, no recibió un duro de compensación, como castigo a su pecado de no afiliación partidista. Pero los sindicatos manejan fondos públicos que el Estado pone a su disposición sin límite. Lo que es lo mismo, fondos públicos que salen de nuestros bolsillos. Los sindicatos, los grandes sindicatos al menos, no son hoy más que un ministerio. Regido por quienes nunca trabajaron. Sometidos a la ley del esquirol: ser fiel al amo que paga.
De la «huelga general», mejor no hablar demasiado. El término fue codificado por Rosa Luxemburgo, como estrategia revolucionaria alternativa a la dictadura partidista rusa. Precede a la insurrección. O bien, no es nada. Nada más que retórica. Irrisoria, en la voz altisonante de quienes viven a costa del Estado. Y, corrompiendo el lenguaje, se dicen sindicalistas para no ser corridos a gorrazos.
(Artículo de GABRIEL ALBIAC en ABC)
lunes, 28 de junio de 2010
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