Por increíble que parezca, una gran mayoría de la población -trabajadores incluidos, por lo tanto- considera imposible el acabar con el Sistema Capitalista, como si la Humanidad no hubiera conocido jamás otra forma de organización económico-social. Sin embargo, el capitalismo tiene poco más de dos siglos de existencia, lo cual es un período brevísimo en la historia de nuestra especie, y fue precedido por otros sistemas que acabaron desapareciendo, porque todos ellos se basaban en la injusticia social y en la desigualdad económica, debido a las cuales la armonía social es imposible.
Lo cierto es que nos ha tocado subsistir bajo un sistema en el que -como su propio nombre indica- el lugar más destacado lo ocupa el capital, o sea, el dinero, quedando por detrás de él los auténticos valores: la libertad, la dignidad, la vida, la salud, el amor, la amistad... Todo se aplasta, todo se atropella, todo se aniquila, cuando de enriquecerse lo más rápidamente posible se trata, y no importa la extinción de especies animales o vegetales, y parece no importar siquiera la extinción de la propia especie humana, a la que -desgraciadamente- pertenecen también esos monstruos enloquecidos por la codicia. Y hasta tal punto ha llegado su locura que parece no importarles el futuro de sus propios hijos, lo que significa que el ansia de dinero y poder ha anulado en ellos dos instintos consustanciales a todo ser vivo: el de la propia conservación y el de perpetuación de la especie.
La base fundamental del sistema capitalista reside en la institución de la propiedad privada, y esto es algo que no varía, independientemente de quien detente el poder o del régimen que pueda existir en cada momento y en cada país. Al final, el problema no es de ideologías políticas, ni de nacionalidades, ni de etnias, ni de religiones, sino únicamente de clases sociales, una de ellas explotadora y otra explotada, una dominante y otra dominada, y la clase explotadora y dominante no tiene ningún tipo de escrúpulos morales a la hora de alcanzar sus objetivos. Esa clase posee los medios de producción y de distribución, adquiridos en su origen por la fuerza, generalmente (no olvidemos que PIERRE JOSEPH PROUDHON definió la propiedad como sinónimo de robo) y si se adquirió por la fuerza -por la violencia, en suma- por la fuerza se mantiene, y no importa, volvemos a decirlo, ni la destrucción del medio ambiente, ni el agotamiento de los recursos naturales, ni las innumerables guerras que constantemente se producen en el planeta Tierra, con todo su cortejo de muerte, enormes sufrimientos y todo tipo de ultrajes a la dignidad y a los derechos humanos.
Contra toda esa violencia, la clase explotada, sometida y ultrajada, se encuentra en estado permanente de legítima defensa. ¿Cómo no va a tener derecho a defenderse aquel que es maltratado constantemente (la explotación y la privación de la libertad son, de por sí, actos de violencia), se le roba la plusvalía que genera con su trabajo manual o intelectual y, además, se le deshumaniza mediante un trabajo alienante, que le cosifica al considerarle un factor más dentro del coste de producción, lo que le hace ser un engranaje más de una maquinaria en funcionamiento, y no una persona?
Pero, por si fuera poco todo lo dicho, el capitalismo es el único sistema en la Historia cuyas crisis lo son de sobreproducción, y no de carencia, y tales crisis se repiten periódicamente, como es sabido. Y en este sistema la Banca representa el auténtico corazón, que se dedica a especular utilizando el dinero ajeno, dinero que actualmente gran parte ni siquiera existe, tratándose más bien de dinero virtual, lo que no impide que el capitalismo se considere a sí mismo como un régimen económico fundado en el predominio del capital como elemento creador de riqueza. Y han sido, precisamente, las maniobras especulativas de las cúpulas financieras las que han provocado la crisis económica en la que actualmente nos encontramos, que estamos sufriendo -como no podía ser menos- los trabajadores y las capas populares más débiles. La burguesía, que en estos momentos se siente fuerte -ante la inexistencia de un movimiento obrero digno de tal nombre y con entidad suficiente como para hacerla frente- ha pasado al ataque, y lo quiere todo. Así, un auténtico indeseable como Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE y pésimo empresario, se permite decir que la reforma laboral no sirve para nada (le parece poco todavía). Y es que si en el siglo XIX se acuñó el término liberalismo como sistema en el que se limitaba la intervención de los poderes públicos en la vida social, económica y cultural, siendo el Estado (sobre el papel, que no en la realidad) una especie de árbitro, en nuestros tiempos se habla de neoliberalismo, que consiste -aunque no se explique así- en que la burguesía ha conquistado el aparato del Estado y lo ha puesto -ya descaradamente y sin tapujos- a su servicio directo de manera exclusiva, utilizándolo contra los trabajadores, como herramienta poderosísima que es, para perpetuar la explotación.
Esta situación no debe seguir y se le debe hacer frente. El aceptarla sumisamente va contra la propia dignidad, y una cosa está clara: o acabamos con el capitalismo o él acabará con nosotros, sin tardar mucho. Y que nadie nos llame utópicos, porque lo utópico es creer que el capitalismo puede ser reformado y mejorado.
Hace más de setenta años, los trabajadores españoles demostraron en la práctica que se puede prescindir perfectamente del capitalismo, y que este sistema puede ser sustituido por uno mucho más perfecto, justo, libre e igualitario. Sólo hace falta desearlo, organizarse y actuar.
¡DELENDA EST CAPITALISMUS!
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