Un cable de la Embajada en la República Democrática de Congo, datado en 2006, da cuenta de una visita realizada por cuatro diplomáticos al Centro de Investigación Nuclear de Kinshasa el 27 de julio de ese año. La instalación alberga dos reactores nucleares, de 1959 y 1972, que dejaron de funcionar hace años; almacena 10,5 kilos de uranio no enriquecido (U-238) y 5,1 kilos de uranio enriquecido al 20% (U-235), 23 kilos de residuos atómicos y guarda 138 barras de combustible. En este punto, el documento añade una nota: "Originalmente había 140 barras. Sin embargo, dos de ellas fueron robadas en 1998. Las autoridades italianas recuperaron una más tarde a la mafia en Roma, que al parecer intentaba venderla a compradores no identificados de Oriente Próximo. La otra nunca ha sido encontrada".
Pues bien, todo este peligroso material apenas es vigilado. El cable informa de que una valla de cemento de menos de dos metros de altura sin alambre de espino rodea el centro, aunque hay partes en las que ya no existe el muro, como tampoco está iluminada por la noche ni cuenta con cámaras de vídeo. No hay alarmas ni detectores de ninguna clase ni control en la entrada de las instalaciones. Solo 21 vigilantes (nueve agentes de policía y 12 guardas privados) se encargan de la seguridad del recinto. En el centro trabajan 180 personas, entre científicos, técnicos y administrativos y su salario oscila entre los 40 y los 150 dólares al mes, lo que les convierte en víctimas potenciales de un soborno. El despacho concluye: "Es fácil irrumpir en el edificio y robar barras de combustible o residuos nucleares con una herramienta no más grande que un cúter". Una visita al mismo centro un año y medio después afirma que nada ha cambiado.
Los telegramas también dan cuenta de la desaparición en 2007 de 40 contenedores cargados de uranio u otro material radiactivo, que procedentes de Congo circulaban sin control por África. Cincuenta de esos contenedores fueron enviados por EE UU al gigante africano en los años setenta (al parecer, según fuentes norteamericanas, procedían de hospitales de Ohio) y tras ser almacenados en distintos lugares de Kinshasa, entre ellos el Palacio Presidencial, en los primeros años de este siglo desaparecieron 40, robados por soldados congoleños. Tres de ellos, según los contactos de la embajada, fueron interceptados en 2004 cuando un surafricano y un tanzano trataban de cruzar la frontera de Zambia en un camión con destino a Sudáfrica para su posterior venta.
La información de la embajada subraya que la radiactividad de los contenedores era "débil", si bien nadie se atrevió a abrirlos, y que presentaban señales de haber sido amañados a tenor de algunas incongruencias en su etiquetado. Fueran o no peligrosos o como dice el cable, un caso más del "trapicheo" de uranio en África, el hecho es que los 37 contenedores restantes se vendieron en varios países, entre ellos Uganda y Kenia, y que por el más grande se pagaron 100 millones de dólares. De la extensión de este "trapicheo" se hacen eco las embajadas en Burundi y Tanzania . En el primer caso, se informa de unos contenedores de uranio almacenados en un antiguo búnker congoleño, al este del país. Sus dueños, dos congoleños, pretendían venderlos al mejor postor con la única condición de que los compradores no fuesen árabes o musulmanes.
Uranio, de Congo a Irán
En Tanzania, sin embargo, hay indicios de algo más serio. Un diplomático suizo relata a los diplomáticos de la Embajada de EE UU en Dar es Salaam cómo el envío de uranio procedente de Congo hacia Irán se ha convertido en algo frecuente. El cable es del 27 de septiembre de 2006 y el funcionario asegura que son dos compañías suizas Cotecna Inspection S.A y SGS Tanzania Supertintendence Co. Limited las que se encargan de hacer el transporte.
Además de este descontrol del material nuclear en Congo, los cables atestiguan también una gravísima contaminación radiactiva como en la provincia de Katanga, donde la radiación en las minas de uranio llega a alcanzar en algunos lugares hasta 179 veces el nivel aceptable de exposición de una persona, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OEIA); el poder de las compañías mineras extranjeras para comprar a periodistas y políticos y las prácticas de algunas empresas para exportar uranio bajo cuerda.
Un despacho cita el caso de la empresa belga Malta Forrest Company, que opera en el país desde 1915. Según la información de la Embajada, esta compañía exporta rocas de uranio cobre y cobalto y elude las pruebas de radiactividad corrompiendo a los funcionarios del Gobierno. Luego, otras compañías compran las rocas y separan en el extranjero el uranio del cobre y el cobalto. Así, Malta Forrest aparece solo como exportadora de los dos últimos minerales. "En 2006, por ejemplo", continúa el cable, "una compañía finlandesa informó al OEIA que había importado una tonelada de uranio de Congo. Sin embargo, el Gobierno congoleño aseguró que no había exportado ningún uranio ese año". El telegrama hace constar que el precio del uranio pasó de costar 15 dólares la libra en 2004 a 135 en 2007.
"Muy poco separa a los hombres de Al Qaeda del material radiactivo de Yemen"
La pesadilla de material radiactivo en manos de grupos terroristas se reproduce con características parecidas en varios rincones de la Tierra. Uno de los casos más alarmantes es el de Yemen, un país en el que las células de Al Qaeda están en pleno desarrollo y en el que son los mismos funcionarios del Gobierno local quienes alertan en privado del absoluto descontrol en el que pueden hallarse almacenados materiales radiactivos utilizables para armar bombas sucias.
Un cable datado en enero de este año y enviado por la Embajada estadounidense en Saná a las principales agencias de seguridad norteamericanas recoge el inquietante relato de un funcionario del Gobierno yemení acerca de unas instalaciones en la que se almacenaba material radiactivo destinado a hospitales y a universidades por motivos de estudio. Según el relato del funcionario, las instalaciones en cuestión contaban en ese momento con un sistema de protección completamente inadecuado, con circuitos de cámaras en estado inutilizable durante largos periodos. Solo había un guardia de seguridad, y fue despedido. "Muy poco separa a los malos del material nuclear de Yemen", señaló la fuente.
La fuente de los estadounidenses prácticamente implora al Gobierno de Washington para que ejerza su influencia sobre Saná y lo convenza de la necesidad de guardar los materiales en condiciones de seguridad radicalmente mejoradas.
Efectivamente, días después de la alerta, el material de las instalaciones cuestionadas había sido transferido a otras más seguras. Estados Unidos declara abiertamente desde hace tiempo su preocupación por el estado de protección de materiales nucleares en decenas de países del mundo y colabora con muchos de ellos para elevar los estándares de seguridad. Los cables secretos atestiguan el esfuerzo producido con ese fin.
La gravedad del asunto del caso yemení es exacerbada por la creciente presencia de Al Qaeda en el país de la península arábiga. Yemen ha sido el lugar de incubación de varios de los ataques terroristas dirigidos contra objetivos occidentales en los últimos años.
Los isótopos objeto de la alerta no son explosivos en sí, pero podrían ser utilizados para fabricar una bomba sucia, un artefacto nuclear sin la capacidad explosiva de una verdadera cabeza atómica, pero capaz de causar daños enormes y consistente contaminación radiactiva.
EL PAÍS
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